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GRACIAS MUJERES POR NUESTRA VIDA

El pasado 8 de marzo, en el Día Internacional de la Mujer, como un símbolo que todos sentimos (o debiéramos sentir), quise expresar la voz de muchos hombres: ¡Gracias, mujeres por nuestra vida! Desde la más emblemática, dulce, amada y divina María, que nos dio a su hijo Jesús, hasta nuestra propia madre. Una mujer que nos tuvo en su vientre, en lo más interno de su corazón, desde antes de concebirnos, durante todo el embarazo, pasó por los dolores del parto, como una ofrenda más a la vida, y luego, con nosotros en sus brazos, y ya fuera de su cuerpo, a su lado, en este mundo, nos regaló la primer sonrisa y el primer beso.

Existimos gracias a ellas. No hay hombre en el mundo que hubiera podido dar tanto amor y tanta entrega a cambio de rendirle un homenaje a la existencia como lo hace una madre.

Y luego, tal vez, llegaron nuestras hermanas, con las que jugábamos, nos peleábamos por la mitad de la fruta que fuera más grande, nos burlábamos de nuestras torpezas, y estuvieron al lado, muy juntitas, el día que tuvimos que despedir de este plano, a alguno de nuestros padres. Gracias, hermanas por su cariño.

Avanzando en el tiempo, a quienes nos dio ganas de formar una familia, se sumó nuestra novia. Una chica dulce, llena de las mismas ilusiones que teníamos nosotros y quizás no nos atrevíamos a confesar. Ella nos tomaba de la mano en el cine y se sentía la protagonista de la película que quizás solo veía en forma fragmentada porque su vista se posaba en nuestro perfil, mientras estábamos absortos mirando la pantalla, ella lo hacía para disfrutar la felicidad de tenernos a su lado.

A quienes nos casamos, nos llegó la esposa. Gracias, esposas por nuestra vida. Luchó por sus hijos, como pudo, hasta donde supo hacerlo o se lo permitió el destino, pero siempre trató de dar lo más sano y más sabio, desde una sopa bien preparada, hasta el planchado impecable de nuestras ropas.

La abuela, la amiga, la compañera de trabajo o de estudio. La vecina, la comerciante, la profesional, la actriz, la doctora, la artista plástica, la que nos hace reír con su extravagancia, la que nos enseña buenos modales, la que nos quiere y hasta la que nos critica. Gracias, mujeres de nuestra vida. Y ahora les hablo a los hombres: No caigamos nunca, por favor, en la mezquindad de no reconocer su valor. Somos muy orgullosos, muchas veces, nos creemos autosuficientes, y erróneamente decimos que podríamos prescindir de ellas, como una vez, muy ignorante me dijo un chico gay. Sin ellas, sin su madre, él mismo no existiría.

Pero cierta soberbia (encubierta o manifiesta) del género masculino, nos suele alejar emocionalmente de un hermoso regalo que nos hizo Dios, a todos. Generó a la mujer, nos regaló a una compañera ideal para crecer. Queda en nosotros, regalarle hoy una flor, o un beso y un gracias, pero jamás dejemos de reconocerlas como hacedoras de vida, generadoras del amor más sublime, y que ellas estén en la Tierra, pero de la mano del Gran Creador. Gracias, mamá. Hoy también te escribí a vos, para expresarte mi eterno amor, aunque estés ocupada regando tus plantas y flores del cielo.

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